Capítulo 7

—Ven a jugar con nosotros —le gritó Mac cuando ella salió por la puerta de cristal que daba al jardín. Sonreía, su cabello oscuro se hallaba revuelto, su camiseta azul brillante se le adhería, húmeda por el calor. Él no estaba diferente a un minuto antes, cuando Emily lo observaba, amándolo. Pero era distinto.

Él era Alejandro Gómez y MacPherson. Primero no lo creyó. Repitió su nombre al impaciente caballero inglés para que le dijeran lo que ya sabía.

—Los españoles usualmente usan ambos apellidos de sus padres, señora.

Gómez y MacPherson. Búsquelo por favor, es urgente.

Y ahora Emily había bajado por la escalera y entrado al jardín como si fuera un autómata. No podía pensar o sentir, su mente estaba destrozada como si hubiera estallado una bomba en su cabeza.

—¡Vamos, Em! ¡Atrápala! —le lanzó la pelota y ella no hizo movimiento alguno para recibirla; nada, excepto caminar directamente hacia él. Mac ladeó la cabeza, mirándola con cierta preocupación. Frunció el entrecejo.

—¿Emily? ¿Qué sucede?

Ella estaba ahora a unos tres metros, se detuvo y encontró su mirada.

—Tiene usted una llamada telefónica, señor Gómez y MacPherson —después se volvió y se regresó por donde había llegado.

Por un momento no escuchó movimientos detrás de ella. Pero luego oyó pisadas rápidas y decididas sobre el pasto hasta que él le sujetó un brazo.

—¡Emily! —la joven se retiró y apresuró el paso llegando a la escalera.

—¡Déjame en paz!

—¡Maldición, Emily! Déjame explicar.

—No necesitas explicar, todo es bastante obvio, muchas gracias.

—¡Al demonio! ¡Escúchame! —ella siguió caminando. Llegó a la puerta,, la abrió y entró. Tomó el auricular y se lo lanzó.

—Su llamada, señor Gómez —refunfuñó y volvió a salir.

Tom todavía esperaba en el jardín y al mirarla, la alegría de los días pasados rápidamente desapareció de su rostro.

—¿Qué sucede, Emmy? —llegó hasta la chica y se apoyó contra ella. Emily descansó una mano sobre su hombro y sintió la camisa caliente por el sol y al niñito fuerte bajo ella. Levantó la mano y le acarició el cabello oscuro.

¿Por qué no lo había notado? ¿Por qué no lo adivinó? Se sintió muy tonta.

Estaba en su cabello, en la forma del rostro. Emily siempre pensó que Tom era una mezcla entre la clara piel de su hermano y el cabello y ojos oscuros de Marielena, mas ese colorido era el mismo de su tío, excepto por los ojos. Hasta su estructura ósea parecía similar. El rostro de Tom era todavía redondo e infantil, pero al crecer, estaba segura de que tendría los fuertes pómulos, las arqueadas cejas y la nariz larga del tío.

No resultaba extraño que Maggie Copeland hubiera pensado que ellos eran una familia.

Apretó el hombro de Tom. Al menos todavía no le había dicho a su sobrino que ella y MacPherson, no, Gómez, se corrigió con amargura, habían acordado casarse.

Habían planeado llevarlo a cenar esa noche y preguntarle qué sentiría si los tres formaran una familia.

—No estoy seguro si debemos plantearlo como pregunta —dijo MacPherson, mas Emily no se preocupó.

—No le importará. Estará emocionado —predijo y así habría sido.

¡Maldición! ¡Oh, rayos! Sentía que la ira crecía de manera que la escaldaba con su intensidad. Nada le habría gustado más que dejarla brotar, pero no podía, no ahora, no frente a Tom.

—Vamos a tener que irnos —le informó con voz tranquila y controlada.

—¿Irnos? ¡Pero acabamos de llegar!

—Hemos estado aquí una semana —hacía planes mientras hablaba y antes de continuar, Mac reapareció. La chica deseaba huir, pero permaneció fija al suelo. Él estaba pálido y fatigado.

—Nos vamos hoy —espetó Emily rotundamente antes que él se acercara. Podía discutir todo lo que quisiera, pero ella no se iba a rendir. Ya había aceptado todas las mentiras que podía. Todas de Alejandro, Sandy, Mac, Gómez y MacPherson. No había algo que pudiera decir que la hiciera cambiar de opinión.

Mac, perplejo, movió la cabeza y Emily se preguntaba si la habría escuchado.

—Mi madre tuvo un ataque al corazón —declaró.

—Me odias.

—Sí.

—Te agradaría cegarme con un golpe.

—Sí.

—Te gustaría que navegara hasta el fin de la tierra y ahí me despeñara.

—Sí.

—¿Vendrás a Inglaterra conmigo?

—¿Qué? —Emily, quien sacaba las cosas de los cajones y las arrojaba a la cama, trató de ignorar los recuerdos que esa cama le evocaba. Se dio vuelta y miró al hombre que forjó esos recuerdos con ella.

Estaba de pie junto al dintel, con las manos en los bolsillos de su pantalón de mezclilla, listo para la batalla. Él la siguió por la escalera después de su huida. Ahora revoloteaba por ahí y la chica soltó un gruñido de despedida.

—¿Vendrás conmigo a Inglaterra? —repitió.

—Bromeas.

—¡Maldición! No, no bromeo —levantó una mano y la extendió, pero ella se alejó—. Escúchame, Emily. Tengo que ir a Inglaterra. Yo…

—Ve —dijo concisa—. No te estoy deteniendo.

—Lo sé —aceptó entre dientes—. Y Dios sabe que no quiero, no ahora por lo menos, pero tengo que hacerlo. Mi madre está muy enferma, ella podría… podría no soportarlo.

La joven lo enfrentó, inhalando profundamente. Rezó por tener el tacto para decir lo que necesitaba sin parecerse a la arpía que se sentía.

—Mira, Alejandro —masculló el nombre y tuvo la satisfacción de verlo parpadear—. Siento mucho lo de tu madre, en verdad sí. Quizá fue una desalmada con Mari, mas no le deseo ningún mal, pero… me sentiría maldita si voy contigo a Inglaterra. ¡No cruzaría la calle contigo! No deseo volver a verte mientras viva.

—Me amas.

Lo miró furiosa. ¿Cómo se atrevía a decir eso?

—Tú me mentiste —le recordó y siguió sacando prendas del guardarropa.

—¿Me habrías dado la hora, si no hubiera mentido?

—No —negó con prontitud—, y tú lo sabías también. Es por eso que hiciste tu juego solapado.

Ella metió una mano entre los mechones de su cabello. Le dolía mucho, más que nunca en su vida. Más que cuando David se mató y Marielena murió.

La muerte era una forma de traición para los que se quedan, pero no había algo intencional en la traición de David y Marielena. Ellos no quisieron lastimarla y Alejandro Gómez y MacPherson, sí.

—¡Vete, vete a Inglaterra! Déjame en paz, deja a Tom tranquilo.

Siguió un momento de silencio y luego Mac cruzó la habitación y se sumió en la cama. Descansó sus antebrazos sobre los muslos, apretando las manos. Tenía inclinada la cabeza y parecía desdichado.

Bien, pensó Emily. Merecía esa desdicha y más. Se sentó ahí lo que le pareció a Emily un largo tiempo, sin decir palabra. Finalmente levantó la cabeza y la miró.

—Necesito que vayas conmigo. Ya sé —levantó una mano para detener sus objeciones—, que no tengo derecho a pedírtelo. Sé que tienes razón al negarte pero, por favor, Emily… mi madre podría morir. Déjala conocer a su único nieto.

—Dudo mucho que desee verlo. Ella jamás hizo un movimiento antes.

—No podía…

—¿Por qué?

—Mi padre…

—El gran lobo malo —espetó desdeñosa.

—No era malo… sólo obstinado, decidido. Un hombre que quería todo a su manera.

Emily lo miró.

—De tal padre, tal hijo.

—Emily, por favor. No por mí, sino por ella. Mi madre desea verlo —la joven apartó la mirada—. ¿Por qué rayos piensas que yo organicé toda esta maldita persecución? ¡Mi madre desea conocer a su nieto!

—Entonces debió escribirme una carta.

—Ella creía que no querrías saber de nosotros. Tenía miedo.

Emily miraba por la ventana al télephérique, en camino hacia la Aiguille du Midi.

Deseaba estar ahí.

—Ella no rogaría —Emily no se volvió; observó al funicular pasar la cresta de la primera montaña y continuar.

—Yo lo haré —aseguró Mac. Entonces Emily se volvió. Todavía se hallaba sentado en la cama, inclinado y el cabello oscuro caía sobre su frente, sus ojos estaban entrecerrados, pero mostraban dolor. Lo odiaba, tanto como el amor que sintió, por sus mentiras, el subterfugio y todo lo demás que le hizo. Y ahora esto. ¿Cómo podía pedírselo? Y sin embargo, lo hacía.

—Una visita —musitó Mac con voz ronca cuando ella no dijo nada—. Sólo hasta que la lleve a casa desde el hospital o… —su voz se perdió, mas Emily sabía que el "o" significaba, la muerte de la madre de Mac—. Sólo eso, Em.

—Por ahora —respondió—. ¿Y luego qué? ¿Qué otro truco desagradable y manipulador tienes bajo la manga?

—No fue todo desagradable y manipulado. ¡Maldición! Te amo —ella rió con algo entre histerismo y sollozo.

—Cuéntame otro cuento —pidió con amargura.

—Créeme, ¡por Dios!

—¿Creerte? Creo que ya has gritado "el lobo" demasiadas veces, Alejandro querido —se volvió a la ventana, con la espalda tensa.

—¡Te amo! ¡Te pedí que te casaras conmigo!

—Bueno, pues no me casaría contigo así fueras el último hombre en la tierra.

—Eso no fue lo que dijiste anoche.

—No eres el mismo hombre que eras anoche.

Él cerró los ojos.

—Lo soy —se defendió quedo—. Soy el hombre que te ama.

Ella se volvió furiosa.

—Líbrame de tus mentiras, Alejandro. Tú no me amas. Tú querías lo que yo tengo y te figuraste que casándote conmigo era la forma más rápida de obtenerlo.

—¡No! Yo…

—Si pudiera, nunca volvería a verte. ¡Jamás!

Él no habló, se quedó sentado con los puños apretados y los extendió contra sus muslos. Finalmente, levantó la cabeza y encontró su mirada.

—Ven conmigo —ella abrió la boca mas él se anticipó—. Ven conmigo y juro que nunca volveré a molestarte. Que jamás te pediré ver a Tom, te lo prometo.

—Tus promesas no valen mucho.

—Entonces lo pondré por escrito. Tú tienes un abogado que redacte el acuerdo y puedes llevarme a la corte si lo infrinjo. ¡Maldición, Emily! Por favor.

Era lo que había deseado: tener a Tom para sí sin temor de amenazas o discusiones, libre para siempre. Pero nunca imaginó el precio que pagaría en dolor y en perdida.

No quería ir. Sin embargo, si iba, no tendría nada que reprocharse, la señora de Gómez vería a su nieto y Emily habría terminado con Mac.

—Está bien —suspiró.

Su Némesis de cabello oscuro los recibió en Heathrow.

—Mi primo y asistente administrativo, Pedro Villareal —lo presentó Mac con cierta ironía—. Ellos son Emily y Tom.

Pedro Villareal brindó a Emily una devastadora sonrisa, tomó su mano y la llevó a sus labios.

—Me complace conocerla, al fin —dijo en un inglés casi tan bueno como el de Mac.

Emily musitó algo vago y cortés. Era todo lo que podía hacer. Miró a uno y otro moviendo la cabeza. Pedro Villareal se parecía más a Marielena que Mac.

La madre de Mac estaba hospitalizada cerca de su hogar en Hertfordshire.

Había sobrevivido las primeras veinticuatro horas sin más ataques y la prognosis médica del daño, según informó Pedro, en camino al hospital, era optimista.

Las noticias iluminaron un poco la expresión de Mac. Su rostro todavía mostraba abatimiento, sus ojos, dolor. Había estado tenso desde el momento que recibió el mensaje, aunque Emily no sabía si por las noticias sobre su madre o por haber fallado su plan para obtener a Tom.

Una vez que descubrió su engaño, las cosas cambiaron con rapidez. Ya no andaban a pie; apareció un coche milagrosamente. No tomaron el camión para regresar a Ginebra, los condujeron. Sus asientos en el vuelo de Ginebra a Heathrow fueron en primera clase y ahora viajaban en un lujoso Jaguar sedán negro.

Tom estaba asombrado ante las vueltas que daba la vida.

Emily todavía se encontraba furiosa.

Mac no hacía intento por disminuir su ira, pero ante las informaciones de Pedro, se volvió un poco en el asiento delantero y miró a Emily de reojo. ¿Se preguntaba cómo tomó ella las noticias? ¿Esperaba que la chica lo usara como excusa para irse lo más pronto posible? Con toda seguridad eso era tentador.

Retiró la mirada y pretendió no haberlo notado. No era fácil actuar como si él no estuviera ahí.

Mantendría su palabra. Visitarían a su madre y permanecerían ahí lo necesario, luego se irían.

Mientras tanto, la joven tendría lo menos posible que ver con él. Enfrentarlo, hablarle, ponerle atención, todo le provocaba furia por su traición, ¡Ella lo amó! y él, todavía más que Marc, ¡la utilizó!

No podía pensar sin que su garganta se cerrara, sus ojos se nublaran y enterrara las uñas en sus palmas. Deliberadamente apretó los dedos sobre su regazo y decidida observó por la ventanilla. Trató de escuchar la charla de Tom y se dijo que ella debía estar tan contenta como él.

El niño aceptó su precipitado vuelo a Inglaterra con perfecta ecuanimidad.

Emily le dijo qué tendrían que irse y él no sabía que ese no era el mismo viaje que ella planeó.

—Vamos a ver a tu abuela —le comentó Mac cuando se hubieron acomodado.

Los ojos de Tom se abrieron muy grandes y miró a Emily.

—¿Tengo una abuela?

La joven dirigió una mirada hostil a Mac y luego suavizó su expresión cuando se arrodilló junto a su sobrino.

—Es la mamá de tu mamita —le dijo—. A Mac le llamaron por teléfono para decirle que ella está en el hospital.

—¿Se va a morir ella también? —inquirió Tom impresionado. Emily lamentó haber llevado a Tom a Inglaterra. Lo que era bueno para la madre de Mac, quizá devastara al niño. Ella iba a objetar.

—Esperamos que no —dijo Mac con firmeza recibiendo las mismas vibraciones que Emily—. Tuvo un ataque al corazón y necesita estar en el hospital hasta que mejore. Le gustaría que fueras a verla.

—¿Ella desea verme? —Tom esperaba la confirmación de su tía. Él recordaba algo de lo que su madre le contó de su familia.

Mac también miraba a Emily y ella asintió.

—Eso dice Mac.

—Le gustaría mucho, mucho, verte, Tom —continuó Mac—. Mucho, mucho.

¿Irás? —el niño mordisqueaba sus nudillos y consideró el asunto antes de asentir.

—Sí, está bien, pero no quiero que ella muera.

—No —negó Mac con fervor—. Ninguno de nosotros lo desea.

Y ahora, parecía como si hubiera logrado su deseo. Probablemente, pensó, la anciana era demasiado obstinada para morir. Mac no moriría si tuviera un negocio sin terminar. Emily estaba segura de eso y esperaba que su madre fuera igual de obstinada e imperiosa, aun como se encontraba en ese momento.

Sin embargo, Fiona MacPherson de Gómez estaba lejos de ser la mujer patricia de tipo real que Emily imaginó. Tenía cabello café rojizo rizado, con hebras grises, un rostro redondo, sonrientes ojos azules que eran del color exacto de los de su hijo y pecas.

Eran las diez de la noche cuando finalmente llegaron al hospital.

—Demasiado tarde para visitas —espetó la enfermera a Mac, quien se pasó ignorándola. Emily lo siguió arrastrando a Tom, ante la consternación de la enfermera.

"Lo que Gómez desea, lo obtiene", musitó para sí y fue a enfrentar a la versión femenina del temible Alejandro.

Fiona, que se suponía debía estar acostada y descansando, se acomodó sobre los codos para mirar a los tres que aparecieron en su puerta. Su expresión cambió de esperanza a incredulidad y a regocijo. Parpadeó en vano, las lágrimas que tan desesperadamente deseaba controlar, se deslizaron silenciosas por sus mejillas. Mac se acercó a ella.

—Acuéstate, descansa. Tienes que…

—Tengo que besarte, mi amor —Fiona extendió sus brazos—, y luego tengo que darle la bienvenida a Emily… y a mi nieto.

La chica abrió la boca para negarlo. Mac no pudo contarle a su madre que le había pedido a Emily que se casara con él. Simplemente no pudo hacerlo. ¿Cómo?

Fiona lo abrazó, enjugó sus ojos y después lo besó antes de dejarlo ir y volverse de nuevo hacia Emily y Tom.

La joven miró a Mac y se percató que no lo había hecho, pero no tuvo tiempo de buscar una respuesta, ya que Fiona los saludaba.

—Por favor, querida. No seas tímida. Estoy tan contenta de que hayan venido y… —su voz falseó un momento, su mirada pasó al niñito que estaba tan quieto al lado de Emily—… y especialmente estoy feliz de conocerte Tom —le sonrió entre lágrimas. Emily vio que su sobrino parpadeaba y una lágrima rodaba por su carita.

Él dio medio paso al frente y vaciló. La chica sabía que la esperaba, pero ella no se podía mover. Sólo logró tocar su hombro y decir en voz trémula y baja:

—¿No puedes saludar a tu abuela, Tom?

Entonces, como si su contacto y sus palabras lo liberaran, él lo hizo. Caminó despacio hacia la cama y se encontró con la mirada de la señora.

—¿Vas a ponerte bien? —le preguntó y ella sonrió temblorosa.

—¡Oh, sí, querido! Seguro que sí, seguro que sí —repitió y se sumió entre las almohadas—, ahora que están aquí.

Emily inhaló profundamente y Mac se tensó.

—Fue un ataque al corazón —le comentó en voz baja—. Uno de verdad, ella no lo fingió.

—No imaginé que lo hubiera hecho —respondió Emily y retiró la mirada de él.

Ignorante de la tensión entre ellos, Tom continuó:

—¿Conocías a mi mamita? —le preguntó a su abuela.

—¡Oh, sí, mi amor! Ella era mi bebé.

—Bien. Entonces, si me olvido, ¿me contarás de ella?

Fiona se estiró para tocar la mejilla de su nieto con la mano.

—Me encantaría hacer eso, mi querido, querido hijito.

Las lágrimas brotaron de nuevo y ella volvió a sumirse entre las almohadas, obviamente cansada.

—Señor Gómez —la enfermera sabía que las reuniones conmovedoras eran a costa de su paciente—, ya es muy tarde. Quizá mañana, con la aprobación del doctor…

—Está bien —misión cumplida, Mac puso su mano sobre el hombro de Tom y lo atrajo hacia él—. Creo que los dos han tenido excitación suficiente para un día.

¿Qué tal si le das un beso de despedida a tu abuela?

Mac levantó al niño para que pudiera dejar un beso suave como una pluma, sobre la pálida mejilla de su abuela.

—¿Vendrán mañana? —preguntó Fiona con mirada implorante.

—Mañana —prometió Mac sin volverse hacia Emily.

—Sí te veré mañana —aseguró Tom, alegre—. Si te sientes mejor, tal vez podamos ir a dar un paseo.

—No creo que esté lista para pasear mañana, pero pronto estarás empujando su silla de ruedas ¿Qué te parece eso?

—Fabuloso —Tom sonrió—. Si tú quieres —añadió observando a la anciana.

—Lo espero ansiosa —le aseguró. Extendió su mano para tomar la de Emily—.

Y tú, mi querida, te agradezco mucho tu generosidad.

—No hay qué agradecer —musitó Emily. Se sentía hipócrita, como una escoria, y no había razón para ello, pensó enfadada al seguir a Mac y a Pedro fuera del hospital. Mac tenía la culpa, no ella.

—¿Es agradable, verdad? —susurró Tom cuando estuvieron de nuevo en el asiento trasero del Jaguar, yendo hacia el hogar de los Gómez y MacPherson. Emily asintió, sin confiar en su voz—. ¿No crees que vaya a morir?

—Espero que no —pudo decir.

—Yo también —Tom dio un brinco—. ¿Crees que en realidad le agrado, Em?

—Por supuesto. ¿Qué podría no gustarle?

—Oh, ya sabes. Pensé que quizá estuviera triste, que yo le recordaría a mi mamita.

Emily lo abrazó muy fuerte.

—Estoy segura de que sí, amor, pero eso la hará feliz, no la pondrá triste.

Tom suspiró y descansó la cabeza sobre los senos de la chica.

—Eso espero…

La casa estaba lista para ellos. El ama de llaves, la señora Partridge, los recibió en la puerta, abrazó a Mac y expresó su preocupación por la salud de su madre, luego se sintió aliviada por lo que él le comunicó.

—¿Todo está listo aquí? —le preguntó. Ella asintió sonriente y él le presentó a Emily.

—La tía de Tom —el verdadero entusiasmo fue para el "joven Tom".

—Hemos esperado su llegada —le dijo al soñoliento niño.

—¿Sí?

—¡Oh, sí!

Emily fijó en Mac una mirada airada, pero él no movió ni una pestaña.

—Creo que a todos nos gustaría una cena ligera antes de irnos a la cama —pidió Mac a la señora Partridge.

—Tenemos bocadillos de res, jamón frío, tomates y ensalada. La tendré lista mientras le enseña a la señorita Emily y al "joven" Tom sus dormitorios.

—Gracias, señora Partridge —la anciana sonrió y Emily apretó los dientes. La chica lo siguió mientras él los guiaba por la escalera hacia el ala norte de la casa.

—Tú estarás justo aquí —abrió la puerta de un dormitorio espacioso, decorado en azul pálido con una pesada alfombra oriental junto a una cama alta de cuatro postes.

—Gracias —dijo Emily—. Vamos Tom, déjame sacar tu pijama.

—Esta es tu habitación —le dijo Mac—. Tom estará en el siguiente por el pasillo.

—Pero…

—Tenemos suficientes dormitorios Emily. No necesitas compartirlo.

Emily descubrió cuando salió de su propia habitación y lo siguió a otra preparada para Tom, que subía la bilis a su garganta, y pensó que Mac esperaba que ella como tonta, cumpliera sus deseos, mientras que el niño expresó su jubiló ante los muebles infantiles, el balón de balompié y la cometa que estaba junto al guardarropa.

—¿Esto… es mío? —el pequeño se detuvo en la puerta mirando, sin atreverse a esperar.

—Todo tuyo —le aseguró Mac.

—¡Oh! —eran muebles de roble sólido, una gruesa alfombra junto a la cama y pisos pulidos de madera donde el niño, tomando posesión, se deslizó en calcetines con gran entusiasmo. Había un asiento junto a la ventana, a todo lo largo de un lado del dormitorio y Tom corrió directo hasta él, y se acomodó sonriéndoles—. ¿No es de fábula, Em?

—Muy agradable —Mac fruncía el ceño.

Tom subió las rodillas contra su pecho y las rodeó con sus brazos, asomándose para espiar por las altas y angostas ventanas, hacia la oscuridad.

—¿Tienen un jardín grande?

—Sí.

—¿Está ahí abajo?

—Sí y más allá están los establos. Quizá mañana podamos montar.

Emily apretó los dientes y Tom parecía dudar, aunque estaba esperanzado.

—Yo nunca he montado un caballo. Era como las excursiones. Mi papá me habría llevado, pero…

—Tal vez podamos encontrar un caballito de tu tamaño.

Emily ya había tenido suficiente.

—No creo que nos vayamos a quedar tanto tiempo —miró a Mac con fijeza.

—No quise decir que fuera a comprar uno. Sino que las personas que viven cerca, tienen sus caballos en nuestros establos. Creo que tenemos caballitos de unos niños, que podríamos usar.

—¡Oh! —de pronto se sintió tonta.

—¿Dónde está tu habitación? —le preguntó Tom. Emily esperaba que estuviera al otro lado de la casa.

—Junto a las suyas —dijo Mac—. Justo aquí.

Y los condujo al dormitorio al otro lado del de Tom. Un cuarto moderno y amplio con muebles de teca, cortinajes del techo al suelo color borgoña y un edredón del mismo color. A pesar de sí misma, Emily recordó la noche anterior y recordó la cama que compartieron en Chamonix, entonces, deliberadamente volvió al pasillo.

—Vamos, Tom —le ordenó con brusquedad—. Necesitas tu pijama antes de cenar e ir a la cama.

El niño la siguió, pero una vez que entró en su dormitorio, corrió del balón hacia la cometa y después al juego de coches de juguete que encontró en uno de los cajones.

—¡Mira todo esto Emmy! ¿No es superior? ¿No te gustaría vivir aquí para siempre?

La chica no respondió. No hubiera podido, aunque su vida dependiera de ello.

No creyó poder dormir toda la noche.

Despertó después de las diez. Horrorizada, saltó de la cama, se roció la cara con agua, se vistió tan rápido como pudo. Acostumbraba levantarse antes que Tom. ¿Qué habría hecho el pequeño en todo ese tiempo? Apresurada tendió su cama y se dirigió al dormitorio de su sobrino.

Estaba vacío. Su cama ya se encontraba tendida, su ropa, que la noche anterior sobresalía de su maleta, ahora se hallaba colgada de los ganchos y doblada en los cajones.

Dio vuelta y revisó si Tom estaba en la habitación de MacPherson. La puerta se encontraba cerrada, pero no escuchaba voces adentro. Y obviamente, ella no entraría.

Caminó por el largo pasillo, bajó por la escalera y siguió hasta el desayunador.

Estaba en la parte trasera de la casa, un cuarto alegre pintado de amarillo con moños en las cortinas de las ventanas y muchas plantas. Habían cenado ahí la noche anterior y esa mañana ella encontró un desayuno esperándola: huevos, salchichas, papas, tostadas y una selección de cereales. MacPherson y Tom no estaban por ahí.

La puerta de la cocina se abrió y la señora Partridge apareció.

—Buenos días —saludó alegre—. Levantada al fin. Qué bueno que durmió bien.

El señor Alex pensó que quizá no pudiera, por estar en una cama extraña y todo eso.

—¿El señor…? —Emily adivinó quién era el Señor Alex.

—Debería llamarlo señor Gómez ahora que su padre murió —continuó la señora Partridge, quitando los platos sucios y regresando a la cocina—, pero él siempre ha sido el señor Alex, desde que puedo recordar. En la escuela él decía que se llamaba Sandy o Mac. Su padre lo llamaba Alejandro —la señora Partridge no pronunciaba bien el español—. Él usa su nombre intermedio para sus libros, pero su madre siempre lo llama Alex y eso está bien para mí.

—Un hombre con muchas identidades —comentó Emily tensa.

—Así es él —rió la señora, brindó a Emily una de sus cálidas sonrisas y desapareció en la cocina. Segundos después regresó—. Él no estaba seguro de qué quisiera usted comer, así que preparé un poco de todo.

—Pan tostado —dijo Emily—, sólo eso —la señora Partridge hizo un ruido de reproche.

—Niña, es toda huesos. Piel y huesos. Él dijo que era modelo. Bueno, ya no más. Aquí va a comer —recogió un plato y colocó huevos, salchichas y papas, luego añadió pan tostado sobre todo.

¿Una ofrenda de paz?, se preguntaba Emily cuando la anciana se lo entregó.

—Aquí tiene, preciosa, siéntese y coma esto.

—Yo… no necesito… ¿Dónde está Tom?

La señora Partridge se acomodó en una silla.

—No se preocupe por el niño. El señor Alex lo cuidará bien. Fueron a montar —

miró el reloj sobre el gabinete—. Ya no deben tardar.

—¿A montar? Tom no sa…

—Consiguió un caballito que pertenece a Lucy la niña de Verónica. Se llama Topper y su Tom estaba muy emocionado. Hacen buena pareja —la señora Partridge se mostraba feliz.

Emily no tenía idea de quién era Verónica o Lucy y no le importaba. Sentía que su vida se deslizaba fuera de su control. Estaba agradecida de que al menos la señora Partridge se refiriera al niño, como "su Tom". Empezaba a preguntarse si alguien recordaba quién era él.

Tendría que asegurarse. De lo contrario, el taimado Gómez y MacPherson le quitaría a Tom antes que pudiera darse cuenta.

—Quiero verlo tan pronto como regrese —pidió con firmeza—. No debió salir a montar sin decirme.

—Bueno, él no se va a lastimar. El señor Alex lo cuidará como un halcón.

La imagen del depredador era más precisa de lo que Emily hubiera deseado.

Mordió el pan y lo masticó con fuerza. El señor Alex escucharía una o dos palabras cuando regresara.

Fue una lástima que cuando lo hizo, unos veinte minutos después, Tom estuviera con los ojos más brillantes y las mejillas más sonrosadas que nunca.

—¡Lo monté, Em! ¡Monté a Topper! —casi voló por la habitación y correteó frente a ella—. ¡Debiste verme!

—Lo habría hecho —aseguró Emily—, si alguien se hubiera molestado en decirme a dónde ibas.

La sonrisa del niño se desvaneció.

—Estabas dormida y Mac dijo que necesitabas descansar, porque habías trabajado muy duro y… —miró a su tío para ver si tenía sentido lo que había dicho.

—No queríamos molestarte —comentó Mac suavemente.

—No me hubiera importado —señaló Emily—. Lo habría preferido —recalcó.

—¿Estás enfadada, Em? —preguntó Tom, preocupado.

—No contigo —la angustiada mirada de Tom fue hacia Mac y Emily se sermoneó por deprimir al niño. No era culpa de él. Lo abrazó—. No te preocupes, amor. Me agrada que te hayas divertido —el pequeño de inmediato resplandeció.

—Lo hice. Fue muy agradable y la próxima vez puedes venir. Emmy puede montar con nosotros en otra ocasión, ¿verdad, Mac?

—¡Oh, sí! —le aseguró.

—Yo no monto —se negó Emily.

—Puedes aprender.

—No estaremos aquí lo suficiente —encontró la desafiante mirada de Mac.

Él no respondió de inmediato, sólo la observó. Era desconcertante lo que esos ojos azules todavía podían hacerle. La debilitaban por la añoranza, el dolor y los recuerdos. Tuvo que esforzarse para enfocar las mentiras que Mac le contó, en las cuales basó su relación. Mantuvo su expresión fría.

—Me gustaría llevar a Tom a ver a mi madre esta tarde —comentó al fin—, si estás de acuerdo —su tono era exageradamente cortés y la señora Partridge lo miró.

—Bien —acordó Emily, cortante—. ¿A la una?

—Esa hora estaría bien.

—Lo tendré listo.

Mac asintió.

—Gracias —se volvió y salió, cerrando quedamente la puerta.